Las primeras experiencias de cooperación descentralizada en el Estado español se realizaron en los años ochenta, en buena parte impulsadas por colectivos sociales que pedían una respuesta ante las injusticias en las relaciones norte-sur. En aquel momento surgieron los primeros hermanamientos entre municipios, en general en un contexto de apoyo a movimientos políticos. El apoyo al pueblo saharaui y a los procesos revolucionarios centroamericanos en los años ochenta tuvo un papel importante como elemento movilizador del internacionalismo municipalista español.
Sabías que…
El 0,7%
En mayo de 1972, en el marco de una conferencia sobre el comercio y el desarrollo, las Naciones Unidas fijaron el objetivo de destinar el 0,7% del PNB de los países más ricos a la ayuda oficial al desarrollo (AOD).
Algunas instituciones públicas, entre ellas la Diputación de Barcelona, se han comprometido a destinar este porcentaje de su presupuesto a la cooperación para contribuir al logro de este objetivo. Justo es decir que el principal impulsor del 0,7% ha sido la sociedad civil, pero, a pesar de varias campañas ciudadanas, son pocos los países que han llegado a contribuir con esta cifra. La media de los donantes nunca ha superado el 0,4%.
En la década de los noventa empiezan a generalizarse las políticas de cooperación descentralizada en el conjunto de gobiernos autonómicos y locales en España.
La consolidación y fortalecimiento de la cooperación en las diferentes comunidades autónomas en los años noventa y la primera década del 2000 se asentó en dos elementos clave: el impulso ciudadano y el compromiso político de numerosas autoridades locales. Ambos, además de constituir un componente estructural y un rango distintivo de las políticas de cooperación descentralizada en España, dotaron la cooperación de enormes potencialidades en participación social y gobernabilidad local.
Ahora bien, la acción que se desplegó inicialmente tenía un enfoque bastante caritativo y vertical, en una relación desigual entre donante y receptor, y las intervenciones que se desarrollaron eran reactivas, dispersas y poco estratégicas, en el marco de hermanamientos o mediante convocatorias para las organizaciones del territorio. Los procesos de reflexión y debate de entonces generaron críticas hacia la relación vertical entre gobierno local del «norte» (donante) y gobierno local del «sur» (receptor), dominada per la transferencia de recursos. Se empezaron a buscar relaciones de carácter más horizontal y de fortalecimiento mutuo que se centran en las políticas públicas y las competencias locales asignadas.
En paralelo, los gobiernos locales ampliaron su compromiso con la promoción de una ciudadanía activa y comprometida. Junto con el tejido asociativo local, se abrieron paso nuevas actuaciones de educación que fueron más allá de informar de la realidad de los países con los que se cooperaba y se hizo hincapié en la corresponsabilidad.
Con el estallido de la crisis económica del año 2008, esta política se resintió gravemente y sufrió recortes drásticos en algunos casos. En consecuencia, el amplio tejido asociativo vinculado a la cooperación descentralizada, a través del cual se había gestionado una parte importante de fondos, se encontró en grave riesgo de sostenibilidad económica. El impulso ciudadano, uno de los rasgos distintivos de la cooperación descentralizada en Cataluña y España, se vio gravemente afectado. Un reflejo de esto es que el discurso político respecto de la cooperación descentralizada involucionó. Durante la crisis ganó peso el alegato de «primero, los de casa» y se produjo una despolitización o pérdida del apoyo político a la cooperación descentralizada, un cambio facilitado por la naturaleza voluntaria del compromiso con el 0,7%.
A partir de 2015, en un escenario poscrisis confluyeron la aprobación de la Agenda 2030, una ligera recuperación económica y el inicio de un nuevo ciclo político, en que se recuperó discursivamente la importancia de la cooperación descentralizada y se empezó a revertir la involución presupuestaria de los años anteriores.
Además, la pandemia mundial de la covid-19 y la guerra de Ucrania y sus consecuencias refuerzan la idea de las interdependencias entre países y territorios, y de las vinculaciones global-local sobre las cuales hay que actuar.